sábado, 12 de abril de 2008

El big bang y el Génesis




El judío que está plenamente identificado con la fe de sus antepasados encuentra la “verdad” en el Tanaj, las Escrituras Sagradas. Para sus teorías, la mente científica exige la verificación del experimento. También hay aquellos que se avocan a armonizar ambas perspectivas, buscando los puntos de coincidencia entre ambas perspectivas. Es una ocasión de regocijo para el religioso cuando la ciencia confirma algún detalle que la Biblia menciona. En las oportunidades cuando la ciencia “actual” contradice alguna afirmación de las Sagradas Escrituras, debe escoger entre varias alternativas. Puede afirmar que la ciencia no ha dicho aún la última palabra en el asunto, y que, tal como en otros casos, debido a nuevas teorías, observaciones, o a instrumentos más sofisticados, las conclusiones anteriores serán reconsideradas. Y desde luego que también existe la opción de reinterpretar algún versículo del texto sagrado, basándose en las nuevas revelaciones científicas.

Pero también hay quienes sostienen, y esa es mi preferencia personal, que los adelantos científicos deben servirnos para profundizar nuestro entendimiento de la tradición judía. El propósito no tiene que ser la búsqueda de la justificación científica de la tradición. Nuestra tradición tiene un valor que es enteramente independiente de cualquier conclusión de la física moderna o de cualquier otra rama de la ciencia. Las “verdades” morales y rituales de la Torá, debido a su origen divino, son inmutables. Pero cada ser humano, en cada generación, tiene la tarea adicional de interpretar las Mitsvot y el contenido de la Torá de acuerdo con sus posibilidades intelectuales y emocionales. Los avances contemporáneos en el campo científico, y en las ciencias sociales, nos deben servir por lo tanto, en nuestro afán por comprender “más” y mejor el mensaje divino contenido en el Tanaj.

Leamos los primeros cinco versículos de la Torá. (1)Bereshit “En el principio”, bará “creó”, Elohim “Dios”, el cielo y la tierra. (2)Pero la tierra estaba tohu vavohu “desolada y vacía”, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el espíritu de Dios flotaba sobre la superficie de las aguas. (3)Y dijo Dios: Haya or “luz”, y hubo luz. (4)Y vio Dios que la luz era buena e hizo vayavdel “separar” la luz de jóshej “oscuridad”. (5)Y llamó Dios a la luz día y a la oscuridad la llamó noche, y hubo tarde y hubo mañana: un día.

Según nuestros jajamim, Dios crea al mundo de la nada, yesh meayin. La ciencia nos enseña, en cambio, que existe una conservación de masa y energía en el universo según la famosa ecuación de Einstein. Por lo tanto, es imposible que se pueda crear un mundo de la nada. Segundo, de dónde proviene la luz de ese primer día de la creación, cuando, de acuerdo al relato bíblico, las estrellas y el sol que son la fuente de la luz y energía, no existían todavía. ¿Qué quiere decir “separar la luz de la oscuridad”? ¿Acaso es la oscuridad una sustancia que se puede seccionar y luego separar de la luz? El uso cotidiano de la palabra oscuridad refiere a la ausencia de luz. Y en la presencia de la luz no hay oscuridad.

Desde tiempos remotos, el hombre se ha interesado por la cosmología, la ciencia que investiga el origen y el desarrollo del universo. El Profesor Steven Weinberg, de la Universidad de Harvard, ganador de un premio Nobel, escribe que “en los años 50, se consideraba que ningún científico de reputación se ocuparía del estudio de los comienzos del universo..., porque simplemente no había suficiente base teórica y no existía la posibilidad de observar el universo para poder construir una teoría científica”.

Anteriormente (antes del siglo XX) se consideraba que el universo actual, es básicamente el mismo de siempre, tanto el del pasado como el del futuro. Porque durante los miles de años de la presencia humana sobre el planeta se ha podido constatar la constancia de los movimientos de los astros celestiales. En 1946, George Gamow y un grupo de colaboradores proponen una teoría diferente. Según esta teoría, unos 15 mil millones de años atrás (las estimaciones varían entre diez y veinte mil millones de años) se produce una enorme explosión, (la teoría del big bang) que da origen al universo. (Desde el punto de vista de nuestro universo, el tiempo empieza entonces. Lo que habría ocurrido antes no tendría influencia sobre nuestro mundo y, por lo tanto, sería irrelevante). Se trata de una enorme concentración de energía en un solo “punto”, que hace una gigantesca explosión para dar comienzo al alumbramiento del universo.

Es lógico que quede por explicar de dónde provino esta centralización de energía primaria. (Pero dejemos esta dificultad de lado, porque recordamos que Einstein enseña, de acuerdo a su famosa fórmula, que materia y energía son afines. Los científicos alegan que con poca materia se pueden crear cantidades enormes de energía, pues la fórmula en cuestión afirma que la energía es igual a la materia por el cuadrado de la velocidad de la luz (es decir, “astronómica” cifra de 300.000 kilómetros por segundo). De allí la posibilidad de crear una bomba atómica, que libera una gigantesca cantidad de energía. Pero tal como se puede liberar energía partiendo de la materia, igualmente se debe poder crear materia comenzando con la energía. Pero inversamente, esta vez se requieren enormes cantidades de energía para crear una pequeña masa de materia. Según Gamow, en el transcurso de la primera milésima de segundo después del big bang se forman los átomos y las moléculas, el universo se hace transparente y la luz invade todo el universo.

En el año 340 antes de la era común, Aristóteles sugiere que la tierra es una esfera y no una plataforma. Sus conclusiones se basan en dos observaciones. Según Aristóteles, los eclipses son causados por la tierra que se interpone para que la luna no reciba los rayos del sol. Si la tierra no es esférica, ¿por qué, durante el eclipse, las sombras sobre la luna son siempre redondas? Si la tierra fuese una plataforma, las sombras deberían ser más bien elípticas. Serían redondas únicamente cuando el sol se encuentre exactamente debajo del centro del disco que se supone es la tierra. El segundo argumento se fundamenta en el hecho de que la estrella polar aparece más baja en el cielo cuando se ve desde el sur de la tierra, que cuando es observada desde el norte. Si la tierra fuese un disco plano, esta diferencia no existiría. Un tercer argumento era el hecho de que en el horizonte se observa primero el mástil y las velas de un barco, y luego se percibe el casco.

Por ejemplo, ¿en qué consiste la energía solar? El sol emite unas radiaciones electromagnéticas. Parte de esta radiación es la luz visible que percibimos por el órgano de la vista (desde el color rojo al color azul, que son los colores del arco iris). Existen otros tipos de radiación que conforman la luz invisible, tales como la radiación infrarroja percibida por nuestra piel como calor, y la radiación ultravioleta que nos oscurece la piel. A este grupo pertenece también, la radiación de microondas (los hornos que utilizan este principio se han convertido en aparatos muy populares en las cocinas modernas). Existen otras radiaciones, las de radio, rayos X y otras. Estas últimas radiaciones son invisibles al ojo humano, pero existen cámaras especiales con materiales sensibles que pueden filmarlas.

Entre el momento “0” (cero) y la primera milésima de segundo del big bang los átomos no existen debido a la enorme temperatura de dicho instante. En aquel momento existe una “sustancia” que denominamos plasma. El plasma consiste de partículas que tienen carga positiva y de partículas que tienen carga negativa. (El átomo, en cambio, es neutro desde el punto de vista eléctrico porque contiene ambas cargas, la positiva y la negativa). Las partículas del plasma envuelven la luz y no le permiten paso. Por lo tanto, para cualquiera que intenta observarlo, el plasma es oscuro. De acuerdo con esta teoría, la luz primigenia de la gran explosión quedó atrapada en el plasma y no pudo ser vista. Cuando las temperaturas empiezan a descender, es posible la formación de los átomos que son transparentes y facilitan el paso a la luz.

Dado que nos encontramos a unos quince mil millones de años del momento del big bang, la radiación que se emite en los primeros instantes está dispersa y extremadamente debilitada. De tal modo que resultaba imposible detectar los vestigios de esta radiación con los instrumentos existentes. En 1965, Penzias y Wilson detectan, gracias a instrumentos más avanzados, una radiación muy débil que perciben desde todas las direcciones y que luego identifican como provenientes del big bang original. Se están confirmando más predicciones de esta teoría.

Debido a su importancia las observaciones de Edwin Hubble, de 1929, fueron eventualmente reconocidas. Hubble verifica que existe un constante alejamiento de las galaxias, las cuales se van separando cada vez más, unas de otras. Eso quiere decir que el universo está en un constante proceso de expansión. Por lo tanto, podemos deducir que en otras épocas las galaxias estaban mucho más cercanas, unas de otras. Si llevamos este argumento a su lógica conclusión, podemos intuir que en cierto momento inicial toda la materia que contiene el universo estaba concentrada en un solo punto infinitamente pequeño y denso. Y cuando ese punto hace explosión, nace el universo. El hecho de que el universo contenga enormes cantidades de hidrógeno y de helio, concuerda también con las hipótesis de esta teoría. Desde luego que queda un problema esencial por responder. ¿De dónde proviene esa energía inicial (esa bola o “punto” de energía primordial) y por qué hizo explosión en aquel momento, y no en otro? Por ahora, estas preguntas están fuera del marco de las posibilidades de la ciencia de ofrecer alguna respuesta razonable.

Regresemos a nuestro texto bíblico de Bereshit. Para el hombre de fe, es Dios quien ordena aquel big bang inicial. Punto. Tal como reza la Torá, Bereshit bará Elohim et hashamáyim veet haárets, “En el principio (y esta teoría afirma que hay un comienzo del tiempo) Dios creó el cielo y la tierra”. La creación de la luz, según nuestro texto, se puede entender como la aparición de los átomos (en los primeros instantes después del big bang, que es el acto de la creación) que son transparentes y permiten el paso libre a la luz. La separación de la oscuridad y de la luz, se refiere tal vez al plasma que atrapa la luz y no permite que se pueda observar la energía que contiene. El estado primordial del mundo de tohu vavohu, “desolado y vacío” de la Torá puede referirse a las modernas teorías del “caos”, teorías que forman una parte muy importante de las recientes especulaciones cosmológicas, que están fuera del alcance de estas notas.

Stephen Hawking reflexiona acerca de la naturaleza del tiempo partiendo de la teoría de la relatividad que descarta la noción de un “tiempo absoluto”. El deseo de unificar las dos grandes teorías, de la relatividad con la mecánica cuántica, introduce la idea del “tiempo imaginario”. No se puede distinguir entre este tiempo y las direcciones espaciales. Por lo tanto, en este tiempo “imaginario”, se puede hablar de ir “marcha atrás”. Hawking ofrece el ejemplo de un vaso con agua que se cae al suelo y se quiebra en pedazos. En el “tiempo imaginario” podríamos observar el reverso de este “accidente” del vaso de agua. Notaríamos cómo se reúnen los pedazos para formar el vaso, recogiendo el agua desparramada para ubicarse en su posición inicial sobre la mesa.

Este fenómeno podría darse en el período de la “implosión” del universo, que es la fase contractiva que empezaría en algún momento (cuando concluya la etapa de la explosión que se manifiesta a través del constante alejamiento de las galaxias) y que terminaría en un colapso total. Desde un prisma religioso, esta teoría permite concebir el proceso de tejiyat hametim, “la resurrección de los muertos” que la tradición judía promete se realizará en el momento de la historia de la humanidad que se denomina ajarit hayamim, “el fin de los días”. Hawking, en cambio, se inclina por otra teoría bajo la designación de la “flecha del tiempo”, que siempre apunta en una sola dirección.

Concluimos estas observaciones señalando que de acuerdo con esta teoría, escuetamente descrita, los primeros momentos del big bang fueron cruciales y, por lo tanto, se puede concebir que el universo fuera creado en instantes. Según una tradición rabínica, Dios crea al mundo en un principio y luego va ubicando las diferentes cosas en los seis días de Bereshit. De acuerdo con esta opinión el sol y la luna, y todo lo que compone el universo fue creado de inmediato y el relato del Génesis describe como cada cosa se fue ubicando paulatinamente hasta adquirir su forma permanente. Por lo tanto, se puede considerar que no fue necesario un período evolutivo de millones de años para llegar a un mundo, igual al que observamos en la actualidad.

Fuente:
http://www.editorialboker.com/articulo.aspx?id=539

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